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8 ene 2015

ESTA VEZ ES DISTINTO: OCHO SIGLOS DE NECEDAD FINANCIERA

Prácticamente todos los países han incumplido en el pago de deuda externa a lo largo de la historia. Todos ellos han tenido que apostar por una serie de soluciones que, dependiendo de las políticas vigentes, han sido diferentes.

Se opta por diferentes alternativas para saldar la deuda externa: subir los precios (inflación), no pagar la deuda (impago), no pagarla durante un cierto período de tiempo (reprogramación de deuda) o incluso bajar los precios (deflación).
-          La inflación representa una forma de impago parcial sobre los pasivos del gobierno que no están completamente indexados a los precios o al tipo de cambio. Esta alta deuda debe compensarse a través de la ayuda de la población por ello suben los precios y el dinero recaudado se dirige a respaldar la deuda externa.

-          El impago provoca el no poder acceder  a los mercados internacionales ya que si no se paga la deuda los países no invierten en el nuestro ni compran deuda pública ya que resultaría impagada. El gobierno necesita por tanto recuperar el gasto interior a través de la inflación lo que da lugar a la hiperinflación.  Esto ocurrió por ejemplo durante la Segunda Guerra Mundial.

-          A lo largo del siglo XIX se dieron reprogramaciones de deuda, impagos parciales negociados. Es correcto delimitar el periodo del impago a un año de crisis ya que el arreglo final con los acreedores puede prolongarse por tiempo indefinido.

-          En cuanto a la deflación, existe la teoría de Irving Fisher, economista que a raíz de la Gran Depresión, expuso una explicación de las crisis y el ciclo económico, que se conoce como "teoría de la deflación de la deuda". Pero queda comprobado que esto provoca  depresión económica, en la cual los deudores entre más pagan más deben.

Según los autores del libro y a través de los datos analizados, cuando la deuda de un país supera el 90% del PIB, el crecimiento de la economía es inviable. El aserto ha nacido de dos cerebros de Harvard y sobre él se asientan las políticas de austeridad que están a punto de dinamitar los pilares del Estado del Bienestar en medio mundo.


Es importante preguntarse: ¿Cuándo se convierte en riesgo la deuda pública?

Un gobierno que no recauda los suficientes impuestos para cubrir sus gastos se topará tarde o temprano con toda suerte de problemas generados por la deuda. Sus tipos de interés nominales aumentarán a medida que los tenedores de bonos teman una subida de la inflación. Sus directivos de empresa se esconderán y tratarán de retirar su dinero de las empresas que gestionan por miedo a la subida de los impuestos de sociedades. Por otra parte, los tipos de interés reales aumentarán debido a las incertidumbres sobre las decisiones políticas y muchas inversiones realmente productivas desde el punto de vista social dejarán de ser rentables. Hay muchas probabilidades de que esto suceda si un gobierno no recauda lo suficientes impuestos para cubrir sus gastos. Pero para ello es necesario analizar si es bueno o no mantener, por ejemplo, los tipos de interés bajos, los precios de las acciones altos y la inflación contenida. En el caso de que así ocurriera, los directivos empresariales no tendrían miedo a impuestos futuros ni a las incertidumbres políticas ya que los precios de las acciones se mantendrían altos. No habría presión para reducir la inversión pública ya que los tipos de interés serían bajos y la deuda adicional emitida por el Gobierno se consideraría una buena reserva  debido a la baja inflación. Los ahorradores dormirían más tranquilos y daría impulso a la economía que se desendeudaría y aumentaría la velocidad del gasto.


El gran debate político de los últimos años protagoniza a los keynesianos, que abogan por mantener y aumentar el gasto público durante una depresión, y a los austerianos, que exigen recortes inmediatos del gasto. Ambos tienen una serie de consecuencias. El primero, que apoya la inflación y la subida de los tipos de interés, provoca una excesiva deuda si se alarga en el tiempo y perjudica al crecimiento del país. El segundo, reduce los incentivos destinados al conocido ‘Estado del bienestar’ basado en los gastos públicos. 

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